Con nuestras almas
hurgándose al unísono
una corriente alterna,
comprometida con el infinito,
nos llevaba hacia el limbo.
Adentrarnos entonces
a nuestro paraíso
fue en manos de los ángeles,
que sin mirar, sentimos.
Anhelantes,
sin culpa y con pecados,
supimos lo que es ser
arrojados al mundo.
Vástagos de inocencia
que claudican
con el deseo perenne
de seguir claudicando.
Así hicimos la vida.
Tu a mi lado,
yo al tuyo,
a las manos asidas
sin saber que el futuro
era futuro.
Con ese olor a hierba
entre las manos
que nos hablo
de tierra y caminos,
caminos entonces
a veces saturados
de experiencias y réplicas
de aquel lejano amor
que nos tuvimos.
Aquel tramado a gritos
naciendo nuestros hijos,
aquel que te enseñaba
con rudeza o con mimos.
Así fuimos andando,
a la vida cosidos
entre nuestros pesares
y nuestros regocijos.
Nuestro cabello oscuro
blanqueando para siempre
y nuestra voluntad,
indeclinablemente,
decidida a vencer.
Lo supimos ayer,
y nuestros labios,
que se unieron golosos
aquel día,
supieron que jamás
fenecería
la confianza de estar
envejeciendo juntos,
esperando que la muerte,
callada nos venciera,
mientras la eternidad
sellaba nuestra alianza.