Déjame caminar
mi noche oscura
con la prisa que tienen
mis deseos.
Déjame, en un dejar
de aguas tranquilas,
donde sólo mi yo
marque el discurso
y se deje llevar,
ola tras ola,
más allá de los límites
de los versos sin rumbo.
Donde el rumor
tranquilo de las olas
acompañe el trinar
del pensamiento.
Y mi muralla sea,
para siempre
mi reducto de luz
en todas las mareas.
Déjame caminar,
eterna fragua,
de un desquite feliz
para mi alma.
Déjame caminar,
si con mis pasos,
¡marco el rumbo final
de mi odisea!