Tu no me sedujiste,
me sedujo ese dejo de estar triste
que imponía la lluvia en mi ventana.
El deseo perenne de estar cerca
que sentía mi cuerpo en su lejana
decisión de acercarse hasta tu cuerpo.
Las luces, poco a poco enmudeciendo,
las sombras, al azar, sembrando anhelos.
Aquel eco lejano que se oía
a través de distancias de otras vidas,
gritando su pasión al escucharnos.
La diáfana tertulia de las aves
cobijadas de pronto en la arboleda,
comentando sus vuelos sin fracasos.
La dádiva tenaz de los abrazos
desechando prejuicios a su paso
por si nos fuera mal a través de los tiempos.
Los ojos envidiosos mirando de soslayo
el elocuente lenguaje de los besos.
Nuestra epidermis fiera, postergando,
el deseo de unirnos por completo.
La inútil decisión de separarnos
y un vocablo magnético invocando
liberar al amor con nuestros gestos.
Tu no me sedujiste,
me sedujo la tristeza
que guardabas por dentro,
el manto de neblinas
encubriendo el encuentro
de dos almas muy tristes
biselando dos cuerpos.