Quererte a ti,
es subirse
a la montaña más alta
y luego descender
a trompicones.
Caer verticalmente
en tus andanzas,
sin volver a desear
subir tan alto
y descender tan hondo
y tan de prisa.
Sin que alguna lisonja
te alcanzara,
en el ir y venir
de las premisas.
Quererte a ti
es hartanza,
incertidumbre,
mirar tu faz
y sonreir apenas.
No sabes qué esperar:
si las querellas
o la entrega sumisa
que envenena
porque huele a porfía
y a desastre.
Quererte a ti,
es difícil:
arrancarte la piel,
con ambas manos,
y desear al desnudo
estremecerte.
Quererte a ti,
con mi querer profano,
es un indigno gusto
que gustamos.