Allende el mar,
cercana a tus riberas
me puse el camuflaje
de infortunios,
para inutilizar,
de alguna forma,
tu celeste impiedad
de ríos profundos.
Allende las fronteras
de tu boca,
puse en la mía miel
para cercarte,
queriendo trastocar tu indiferencia.
Allende el río,
jugué
a estar presente,
en tu río creciente
en avalanchas.
Allende al más allá,
llamé sin que escucharas
ni una sola plegaria,
derramada,
y tuve que volver
sin merecerte.
Y en ese mismo mar
me has enseñado
que no sirve lamerte
los costados,
para todos te das,
para mi ¡nada!
Tan sólo el exigir
que me inmolara
en la más fría lápida
de todo el camposanto.
Que amarte a ti
es un morir constante,
la misma sed,
el hambre avasallante
y no sentir que fuimos,
aunque estamos,
en este mismo barco,
amordazados.
Allende tus riberas,
volé,
vuelo de águila insegura,
derramando las aguas,
que furtivas,
besaron mi costado y tu costado…