La mar es una enamorada Diana
tendida en el susurro de la tierra,
tomando de los rayos que la plenan
y el dulzor de los cantos marineros
todo el ardor para decir: te quiero,
a todos los poetas que la nombran.
Y bailoteando va cual danzarina
recostandose en playas, que sumisas,
reciben las vendimia de las olas
en el eterno vuelo de la brisa.
El mar, en cambio, es un corcel brioso,
imponente, impetuoso, enamorado,
desechando los versos, que a su lado,
van las manos briosas entregando,
mientras golpea las rocas murmurando
ese viejo clamor, desde hace siglos,
que habla de libertades subrayando
lo bueno de bramar para uno mismo.
La mar es madre, amiga, confidente,
cálido balandrin en que se mecen
nadando con airosos colorines
las brillantes figuras de los peces.
Es canto suave, vastedad, alfombra,
nado feliz y vuelos de gaviotas
mirándose en las olas que se entregan.
El mar son los mil potros turbulentos
en el huracanado pleitesismo
de atropellar las costas para besar la playa
sembrando de acechanzas su destino.
Es el altivo canto de las huestes
que llegaron ayer, tras los bramidos
del coloso titan, sembrando muertes,
inflamando las brechas de un olvido
que caerá rendido ante su suerte.