En lontananza,
ningún rostro parecido a los rostros
que anidan en mi pecho.
Ni una furtiva mirada
que me encuentre
en el caleidoscopio de mi tiempo.
Ni un pensamiento cercano
a lo que pienso,
ni un aleteo
soslayando mi tedio,
ni una pregunta
que, sin ser para mi,
aspire a mi respuesta.
Ni una onda de luz,
aproximándose,
explicándome el aura que me resta
o que me suma,
poniéndome algo de ese calor
que me contagie
oliendo a vida.
En lontananza,
sólo unas medias sombras,
atrapándome,
colándose a través
de epidermis y ramajes,
hasta no se que punto
de mi cuerpo.
En lontananza,
nada que pueda disipar
aquellas deudas
que no pienso pagarle
a quien adeude,
sucumbiendo a mi noche
de sol catalogado de tristísimo,
hundiéndose en los brazos
del insomnio.
En lontananza,
la sonrisa del yo
que prefiere estar triste
llamándome a la cima
de sus causas.