Cada vez que la miraba
la seguía
con el mismo placer
en los afables ojos
y quedaban dos lirios
temblando en el espacio
donde su amor brilló
de esa manera
a fuerza de seguirla
fue hilvanando
un yugo de locuras
al tenerla
y a fuerza de entregarse
por entero
ella tuvo el final
de aquel jilguero
que murió sofocado
en la diatriba
de darse y de tenerse
por completo.