Es hora de salir
escojo una chaqueta a rayas,
clandestina,
que estuvo en el armario
en silenciosa espera;
siento humedad,
olor a humedad,
en las líneas del tejido,
no se marchita por eso
la posesión.
Me abstraigo,
algunas veces,
de tanto en tanto
el sol sale
en las risas de todos
y lo aplaudo,
sonrío;
mis niños
dejaron de ser niños
hace mucho,
miro mi propia imagen
imperfecta,
la premura del tiempo
hace crujir
mi obesidad sin alimento.
La superficie
empolvada de los muebles
cantan un himno
a mi propia ineptitud.
Me sobrepongo,
debo salir,
deseo salir,
debo rumiar
mis miedos ancestrales.
Mientras sacudo el polvo
del calzado, voy pensando:
«desde el apartamento
hasta mi carro
y desde ahí
hasta el infierno
de esta ciudad
inhóspita y querida.»
Miro en mis notas:
platillos para una dieta,
leo y los dejo caer,
sutilmente
y postergo nuevamente
mis ansias de vencerme
¡aquel viejo deseo!
miro la tarde,
nuevamente escucho:
«dones sin originalidad»
me repito petulante,
pregunto:
una, dos, tres voces,
mil voces
me repiten lo que se.
Volver a ser,
¿repetirme?
¿a quién le importa?
Ignoro, miro, callo,
pero sigo sintiendo.
Suena el teléfono,
me retraigo,
suena el teléfono,
y vuelvo a retraerme,
debo cancelar
aquí, en mi mente,
esa cita inexistente.
Sonrío…
Miro la tarde…
Me desarraigo
las líneas de la chaqueta
ondulan nuevamente
entre mis manos.
¿La pongo? No, la llevo
nuevamente al perchero
y yo…
Nuevamente
a las siesta inconclusa
y ¡a mis miedos!