Desde la soledad me llamas,
en letargos
parecidos a tu imagen y a la mía.
Yo te respondo, a veces,
con un requiebro mudo
que desea cubrir tu soledad
con mi abandono.
Pero no es la búsqueda de mi
lo que imaginas.
Cercenando de mi
lo más profundo
se te inclina el deseo
de saberte seguro
en esta especies de comunión
que aún nos une.
Abandono vital
que dan los años
y quieres postergar
hasta la muerte,
lo que va uniendo
huesos y deseos,
redimiendo principios
y estamentos.
Te oigo desde mi altar
de medias tintas
oliendo tu perfume vigoroso,
doy traspiés hasta ti,
hasta lo ignoto
que cobija tu ser
y alienta mi porfía.
Vuelvo a ti en la llamada
del fuego prodigioso
que enlazó los rigores de las décadas,
caídas y vencidas.
Desnuda, como estoy
en mi abandono
recojo de tus fuerzas
el ropaje feliz
que ahora me llena,
y, en un soplo de luz,
quedo vacía.
Volvemos a la brega,
A la fatiga,
de estar cosido uno
a la mano del otro
sin encontrar el hilo
que todo lo encadena.
Tú en mí,
yo en tí,
peregrinos anclados
a una fe
que ni desaparece
ni te llena.