Las luciérnagas se casan por la tarde,
cuando haces de luz,
los últimos, se someten
a la mansa vigilia de la noche.
Ya veo florecer las brillantes estrellas
cuando a solas camino por el patio,
cuajado de los nítidos olores
que los frutos esparcen
para la ceremonia.
Tiene entonces el acto,
la sublime presencia de las alas
con un zumbido mágico.
Ornadas mariposas se acicalan
como hermosas madrinas desiguales
luciendo, glamorosas, los diseños
en sin igual concepto de la gracia.
Cada invitado, entonces,
va ocupando su puesto
combinando su brillo o su arrogancia,
mientras puntos de sombra
van surgiendo
y hojas nuevas y viejas se engalanan.
Siento caer las gotas cristalinas
que una llovizna quieta
les regala.
Corre a avisar a otros,
la siempre bien vestida mariquita
con su rojo y negro lustroso,
atrevido e impecable.
Cuando llegan con paso igualitario
cien pies, mil pies desnudos
trazando la consigna de la marcha.
En tanto, hacen parejas las hormigas,
todas iguales también, la misma raza.
Todas con el unísono andar que ya convida
hasta la ceremonia que se inicia
detrás del limonero y las guanábanas.
Oigo cantar al gallo
con sus enérgicas alas despejando,
mientras canta,
justo a las seis en punto, los caminos
que llevan al altar
de flores y esperanzas.
Se apresuran a unirse los cocuyos
en un temblor de luces y de alas,
mientras la oscuridad en medias sombras
va pidiendo permiso al día que se larga…