Las horas vienen,
deambulan por la casa
dejándome enquistado
su tiempo de domingo.
Se arriman al espejo
midiéndose las cuotas
que el reloj les regala
en los segundos.
Se van y vuelven,
sin hacer más nada
que esconderse en los pliegues
de mi tiempo,
pidiéndome de gracia
mimos nuevos:
Vestirlas como nuevas
con sus estrenos viejos
sin dejarlas desnudas
de palabras,
subirlas a mis pasos,
de nuevo,
y sin calzarlas,
llevarlas a sus anchas
más que a mis propias anchas.
Relegando el disgusto
de sentirse abrumadas
porque ya no las uso
como hiciera al principio,
van calcando mi nombre
dentro de sus escritos.
Yo, castamente vuelvo
a mi rutina diaria
escribiendo al minuto
de las horas que pasan,
sin que las horas tengan
la esencia de ser largas.