Todo está dicho ya,
el cura se ha marchado
diciendo cuatro cosas
que nadie le ha entendido,
nos persignamos todos
en señal de estar atentos.
La consigna es no llorar,
la viuda calla,
calla el resentimiento y la amargura
de la pérdida, ahora,
cuando pensar podía
en días más normales,
una vida tranquila.
Los hijos ya crecieron
las hondas asperezas en las riñas
ya se limó el cansancio,
aplazó la rutina
para otros desencuentros y agonías
¿por qué esta perdida ahora?
¿por qué está en vigilia?
¿no podía esperar la muerte altiva?
¿otro año?
¿otros años,
ignorando esta vida
que los años pasaron naufragando
en este mar de arrugas y penurias
de canas,
desafueros,
desventuras?
Y se toca la viuda,
maquinalmente, el seno
donde guarda
cuidadosamente envuelto
en un blanco pañuelo
el único dinero que le queda,
solloza lentamente
y deniega…
¿no podía esperar
irse
cumpliendo
con una dignidad más ancha
en el dinero que deja
y que no alcanza
para pagar su propio entierro?
¿como voy a luchar
si estoy tan sola
y los hijos son nuestros?
Yo me quedé mirando
la figura de negro
sintiendo que lloraba
su propio sufrimiento
de no ser ella,
no,
la que se estaba yendo.