Una vez una princesa,
bella como la mañana,
quiso comparar su canto
con el canto tempranero
de un ruiseñor que cantaba
a las flores del jardín
que la bella cultivaba.
Enjauló al ruiseñor,
tapó, con gracioso tapasol
de lindas flores bordado,
la prisión que le otorgó,
para engañar al cantor
que no resultó engañado.
La garganta del jilguero
se marchitó con las flores
que la princesa cuidaba,
con el don de sus amores
y no volvió a resonar
del cantor, la melodía,
la princesa, muy adentro,
gran decepción padecía.
Porque su canto era hermoso,
mas, no igual al del jilguero.
Resignada y bien dispuesta
lo liberó de su yugo:
renació el canto en el patio,
las flores se fueron dando
con su colorido anhelo
de oír cantar al jilguero
y a la princesa, entre tanto…