No estoy,
parecida ya,
no existo.
En la herrumbre
de mi ser
tanta esperanza deshilachó
mi poesía
que el cántaro
sediento
de mis manos
no llega a profanarse
todavía…
No estoy
luego, no existo,
la pereza
insensible
de estos días,
de mis días
han dejado
su hálito fatal
en mi morada.
No estoy
luego, no llames.
Toda la inimaginable
pesadumbre
que llenó mis raíces
huelen a estiércol
puro,
nítidamente hablando.
Toda esta fetidez
de mis ramajes,
que ha logrado extenderse,
me duele hasta el cansancio.
Cada mañana
de la aurora encantada
que soñamos un día,
o muchos días,
o para siempre
te está diciendo adiós
calladamente.
Y cada paso dado
persiguiendo mi sombra
mi inalterable sombra
saborea su renuncia.
No estoy,
porque perdida ya,
no te he tenido nunca,
mi abrazo
no llegó hasta tu abrigo
confundido y lejano,
rompiendo tus cimientes.
Mi palabra
y tu eco
no llegaron al extasis
de irradiar las penumbras
en tanto,
¡cuántas lágrimas
derramadas a ciegas!
¡cuánto suspiro
inquieto
inflamado en el espacio!
¡cuánta llaga
inmadura convertida
en pantano!
Mi silencio
y el tuyo
siempre fue un canto
triste,
a dos voces cantado.
No estoy, luego
no busques…
Tu sombra no cobija
mi figura,
te voy dejando atras
luego, ¡sucumbe!
¡Qué invencible dolor
el que me extirpa!