Cada vez que recuerdo
veo seis vacas blancas
pastando en los gentiles
recuerdos de mi infancia.
Seis vacas con sus días
por nombres, para atarlas,
a las largas vigilias
de una pastura larga.
Un toro negro, negro
de domingo en las ansias
y un burro con su amo
sobre su grupa flaca.
Un recorrido largo,
temprano en la mañana:
del rancho a la pastura,
más allá de los montes,
del poblado y del río,
que corría a sus anchas.
Lunes andaba sola
iniciando la marcha,
a la sombra de Martes
trasegando pisadas.
Miércoles, siempre altiva
festejandole al alba
los colores clareando
detrás de las montañas.
El toro, dominguero,
mirándolas con ansias,
adivinando el día,
daba pasos ligeros
abriendo sus distancias.
José Ana, sobre el burro,
con su vara endilgaba
una que otra canción
quedita en su garganta.
Patrón indiscutible
de las seis vacas blancas:
negra piel, ojos mansos,
sonrisa buena, corazón blando.
Andarás por los cielos,
sus caminos, sonando,
hacia los pastizales
perdidos de ocaso.
Y tus seis vacas blancas
con su toro, cruzando,
los mismitos senderos
que tú estarás cruzando.