En algún sitio
se quedó la casa,
el juego, las risas,
los sueños, la angustia,
los cuentos de espantos
y de aparecidos,
las diarias comidas,
los diarios regaños,
las siempre sonrisas
de los días mansos,
las frutas maduras
cayendo del árbol,
los días soleados
tras los días de lluvia
que llevaban barcos
a cortos destinos
desde las aceras
al río cercano.
Es que en algún sitio
debieron quedarse
las frases chistosas,
los gritos audaces,
muñecas de trapo
que quieren fugarse
desde las repisas
que están en el cuarto.
Los niños de playa,
los niños de ríos,
los niños de montes,
de palmeras altas,
los pájaros grises
y los alcatraces,
las menudas huellas
de los habitantes
de las caracolas
pulidas, brillantes,
que guardan relatos
de voces distantes.
Porque en algún sitio
debieron quedarse
todas las memorias
que, sin tu llamarlas
llegan y se quedan
para perpetuarse,
desde el mundo quieto
que vivieras antes.