Asumí
Asumí

Asumí

Asumí de pequeña

que cantarle a la Patria

era cantarle a todo

lo divino y profano

que existía.

Cantarle, así asumí,

a toda maravilla

que en su seno guardara:

al brillo de la arena entre las aguas

que bañan las riberas de las playas

en éxtasis de luz y de caricias,

a las altas montañas

con sus gloriosas cumbres,

a los ríos magnánimos,

su fuerza y su riqueza,

a los llanos inmensos

cabalgando sus tonadas eternas,

a las selva y desierto

promulgando

diferencias altivas,

al esplendor del campo

cultivado en sudores

de cuerpos campesinos.

Asumí,

que los altos cocoteros

cantaban o silbaban sinfonías,

ofreciendo calmar la sed

de quien los mira,

que los trinos,

bulliciosos y alegres de los pájaros

eran canción de arrullo si dormías.

Asumí que,

queriéndola, quería

a todos los hermanos

que se hallaban

luchando con bravura y valentía,

para ganar la Patria del futuro,

que, aunque se lo robaran,

poseían.

Asumí que quererla,

era también tenerla

en mis manos y pecho florecida.

Asumi que rendirle mis tributos

no era dádiva sosa

que pueda darse esquiva,

si no la madurez del que la ama

y quiere verla siempre bendecida,

recibiendo el regalo de sus hijos

que el esfuerzo de todos perseguía:

Ver flamear su bandera

en pos del aire

libre y gloriosa como merecía.

Asumí que la Patria

es lo más grande

que cada quien tenía.

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