Tranquilita se sienta
tras la siesta,
acomoda su silla
y su tristeza.
Desenredando el hilo,
su madeja,
va dejando los rastros
que tuviera.
Hábilmente sus manos
tejen, tejen,
un paño largo, largo
que promete
para la Santa Misa
del domingo.
En sus manos expertas
va engranando:
puntos y medios puntos,
tras la cuenta
de hilo y agujas
haciendo cadenetas.
Con manos agitadas
hace alarde
de endilgarle
a las horas de la tarde
la premura en la noche
que se inicia.
Y, poco a poco
llega la premisa
del bello paño
para la repisa
donde ponen el Caliz
en la Iglesia.
Va alegrando sus ojos
con racimos
de uvas que se unen
a las rosas.
Ella va combinando
entre sus cosas,
pensamientos y pétalos
en trinos.
Es ya de madrugada,
El paño ya está listo
para darle
las últimas puntadas
y exhalando
los últimos suspiros
quedo la pobre tejedora
aunada
al fin de la tarea
y de la vida.
Tejiendo su mantel,
mientras moría,
pidió perdón a Dios
y le dio vida
a otra de sus pequeñas
maravillas.