Hubo una vez,
teniendo la certeza del ser,
una hormiguita,
como nadie,
segregacionista solitaria.
Con un ego tan grande,
que pensaba
triunfar en toda lid,
solo teniendo
su férrea voluntad
y la porfía
de ser así, por sus merecimientos,
mostrados muchas veces en proyectos,
o en cuanta causa abrazara
de por vida.
Así fueron los años transcurridos,
toda sus fortaleza aniquilando,
sin que hubiese la ayuda,
el despilfarro
de dejarla de ver,
viviendo a diario
con toda su nefasta
y obstinada vigilia,
por ser ella la mártir,
ella la más sufrida.
Ella que,
con mostrar a todos
lo inconmensurable
de su voluntad de hierro,
quedaba siempre encajada
en sus merecimientos,
que no mirara nadie
más que ella
¡y siempre en solitario!
Afuera de su afuera,
la pequeña visión
era vista cada hora
con la regulación
de sus propios horarios,
sin que ninguna hermana
se atreviera
a romper su adicción
de hacerlo todo,
¡y siempre en solitario!
Así fue, nuestra hormiguita
envejeciendo sola,
claudicando,
a estar en compañía,
compartiendo pesares o cansancios…
¿Final feliz
porque todo lo logró?
No se,
por el contrario,
daba pena mirar
a la enanita sola
sobre una hojita seca
todo el río cruzando.
Aquellos que lo heredaron todo
gracias a su trabajo,
su energía, su valor,
sin más preámbulos
que el solo cuestionar
su gran cansancio,
la dejaron muy sola
cuando necesitaba
un cambio, una palabra,
alguna ayuda, un beso,
tal vez la sugerencia
de un abrazo.
Sus hermanas,
de tanto no indagar,
la fueron ignorando
e ignorada quedó,
mientras marchaba
la pequeña cajita
con sus restos
cruzando el lento río del ocaso…