El Bote
El Bote

El Bote

Vino con la marea,

no supimos

de qué lugar lejano

había venido,

pero el bote quedó

solo en la orilla,

como llamando a gritos

la presencia, la mano ágil

que lo había traído.

A golpes y tras golpes,

cada ola,

puso rumbo final

hacia la playa.

El bote quedó solo,

resumiendo,

un salobre vaivén

en su nostalgia.

Nunca supimos

de la historia cierta

del pescador

que, acaso sucumbiera,

o, acaso, logró sobreponerse

del cansancio

ganando la ribera.

El caso es que siguió

la mar serena

y el bote quedó allí,

como en espera

de una historia

o de un náufrago.

Entre tanto,

los pájaros llegaron

haciendo sobre él

su madriguera.

Después,

pequeños caracoles

anidaron también

junto a cangrejos,

que narraban la historia

a su manera.

Algún pequeño ladrón,

llevándose su cueva,

se trasladó al nuevo hogar

y descubrió la placidez

de la sombra que deja

un bote abandonado

sobre la suave arena.

Nadie, exceptuando

los pequeños animales,

oso poner los pies

en su madera.

Temores inquietantes

la tiñeron

de alguna pesadez

que no pudiera,

quitarle el aleteo

de los pájaros,

o el andar desandando

de las olas pequeñas

que vienen a olfatear

la historia ajena.

Alguna mano pueblerina

hizo un collar

de conchas y semillas

y allí se lo dejó,

como un recuerdo

a quien nunca supimos

si viviera,

o si se unió a la mar

desesperado,

rechazando el fulgor

de las estrellas.

 

Lo cierto es que la mar

sigue llorando,

cada vez que vislumbra

luna llena…

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