Paso y observo cuando
la piel de los árboles
agrietadas de tiempo
crujen y se desprenden
de los troncos resecos. Caen,
como en bandadas
las conchas que ahora surgen.
Proponiendo piruetas,
a destiempo,
la brisa le da pocos minutos
mientras danzan.
Casi con tristeza,
giran y van a dar contra la grama,
pensando en la grandeza
de tener movimiento.
Allí quedan expuestas
a los rayos colándose
en la mullida almohada.
Paso de nuevo,
y están allí, sentadas,
conversando entre chismes
y revuelos
de insectos que se posan
para dar las noticias
más nuevas y más plácidas,
lo digo por las risas
que distingo a mi espalda.
Vuelvo a pasar
y la brisa que llega
caminando conmigo,
les regala minutos
para una nueva vida.
Ellas, gráciles danzan
y la brisa, continua,
se hace rafaga larga
y el milagro realiza.
Ante mi asombro danzan
desplegando las alas
cubriendo las heridas
del mismo tronco seco
que les diera la vida.