Veníamos del mar
cantando un canto
de muchachos,
de campos y de playas.
Era hermosa la mar
alegre el campo,
gloria de frutos lustrosos
que se daban
para el dulzor del sol,
que contemplaba
su doncellez brillar
entre las matas.
Veníamos del pueblo
y la alpargata.
Veníamos del papagayo
y de las metras.
De la Semana Santa
Siempre llena de flores
de luces, de trompetas.
Veníamos de las coplas
a nuestra Cruz de Mayo
afinando garganta y corazones,
a la luz de las velas contemplando
el velorio con flores de papel
y con cayenas.
Veníamos del tambor
a un San Juan bueno.
Con su altar entre dulces
y entre flores,
y entre floreadas faldas,
que danzaban
la primigenia danza de las danzas.
Veníamos del encuentro
con nuestro amado Niño,
después de sus inmensas caminatas
por todos los rincones de la Patria,
que llega hasta su hogar
y así consagra
toditos los milagros que pidieran
todos los angustiados
de esta tierra.
Veníamos celosos de lo nuestro
y encontramos lo nuestro,
punto desconocido
y sin esencia,
en esta gran ciudad
que, cobijándonos,
logró de un manotazo
desdibujar siluetas.
Veníamos de saltos en el río
donde el agua se apura
y luego espera,
en quietos pozos
ese saltar seguro
de las seguras piernas
que se arriesgan
a conquistar tinieblas,
mientras ríen y gritan
en las ramas del árbol,
los que esperan.
Veníamos de bailes de palmeras
en la vasta quietud
de cada tarde
con olor a café y a hierbabuena.
Veníamos de ser, ídolos casi
entre el sol y la tierra.
Nos tragó la ciudad
identificaciones y certezas.
Antes reconocidos
por esos ojos diarios que miraban
nuestro ir y venir por esas calles
sembrando siempre
nuestras propias huellas.
Ahora ignorados
por otros ojos diarios que pasean
esa gran longitud,
que no teníamos
de autobuses y aceras,
cambiantes y apurados
que no tienen que ver
con la calle que cruzan,
en su deber andar
para apurar el paso.
Veníamos del canto
en las mañanas,
cuando amanece en llamas
y se ordeña,
y un eco muy distante te saluda
a lomo de la bestia, que dormida,
hace el camino simple
que la espera.
Veníamos de manos
callosas y queridas
que hablaban de la historia
de los surcos.
De la tierra labrada con las manos,
de las almas creadoras
de mitos y fantasmas,
de cuentos y leyendas.
Veníamos del centro de la vida,
para morar al borde de lo incierto.