No me pidas
que tienda,
hasta tu abrazo,
esa puesta de sol
inaccesible
en una tierra nueva.
Aquella,
tan lejana a mis costumbres,
que no tengo motivos
para sentarme afuera
y sorprender la imagen
que ahora desconozco,
en un paisaje triste,
tan afanosamente distinto
al de mi tierra.
Para esa nueva vida
yo me siento muy vieja.
Me da miedo el temor
de no obtener respuestas
en esa novedad
de las nuevas cosechas.
Estoy sembrada aquí,
esta es mi tierra.
Aquí están los destellos
de mi vida primera.
Tú estás joven y buscas
otra seguridad,
atada a otras riberas.
Yo llevo estas riberas caminando
toda la vida entera.
Y el calor de esta tierra
niega a gritos
la soledad y el frío
de otras tierras.
Tu debes irte, hijo,
yo te espero
como siempre en mi acera
y en mi casa,
que fue la protección
para tus pasos,
y será bienvenida cuando vuelvas.
Vete libre de mi, sin ataduras,
que te quieran atar
a lo que dejas.
Trata de ser farol
para los tuyos,
porque ellos necesitan
el futuro en la lucha
que le entregas,
pero déjame aquí,
que quiero ver la tarde
desde el mismo balcón
que ayer la viera.