Hermano blanco,
hermana blanca,
gracias te doy
por todos tus legados:
el buen Cristo
y su Madre prodigiosa,
mi idioma, los tejados,
la canción jubilosa,
que acompañada va
de la guitarra,
acompasando penas
o alegrías.
El buen porte,
el buen vino,
la porfía,
el buen comer,
tu misma gallardía.
Todo te lo agradezco,
mientras tanto,
voy pidiendo el olvido
de tus actos:
asaltos, injusticias,
tu libertad eterna
capaz de mutilar,
con sus zarpazos,
la fiereza aborigen
con que abrazo
un tambor milenario
que aún resuena.