Cada uno a lo suyo,
me dijo, otrora, el río
cuando a su orilla fui
buscando alivio.
Yo a mi correr de siempre,
marginando,
raíces vegetales, basuras
y peñascos.
Tu a tu andar sigiloso,
incauto e inconstante,
con tu henchido pulmón
como único equipaje,
haciendo versos
o divisando auroras
en tu clamor constante.
Yo discurro;
tu asumes
el cuestionar futuro,
pero todo en silencio.
Pero yo susurrando
por la vida que vivo,
hago ruido de piedras
y se oye lo que digo.
A mi que me descubra
cada sed caminante.
A ti que no te lean
las páginas fugaces
que escribiste en penumbras
para esconderlas luego
de sentirte culpable.
Te muestro yo
mi cuerpo cristalino,
desnúdate ante mi
y muéstrame tu imagen,
pues los versos que escribes
están ciegos
y quieren ver la luz
para buscarte.
Yo moriré en el mar
sintiendo que la sal,
a veces, me despierta
y tu iras a la tierra
para rendir el último
homenaje a tu quimera.
Serás, tal vez,
un soplo de ceniza
metido en el follaje
de los árboles:
pero yo te veré
despertando en los ojos
que lean esos versos
que escribiste,
cuando viniste a mi
buscando alivio
y detuve mi andar
para encontrarte.