¡Quién lo diría!
Hombre de mi país,
mujer de mi país,
ya te cambió la vida.
Ahora puedes leer
mientras descansas,
o haciéndose de noche.
Y entregarte a la tierra
por el día
ganándote el sustento
que hace años
estaba tan vedado
a tu sequía.
Tu hambre
ya es un hambre que combaten
los mejores oficios del gobierno
ya tienes un lugar
donde exhibir tus víveres,
también para comprar
la mercancía,
a precios accesibles,
que le hagan falta a ti
y a tu familia.
Hombre de hermosas manos,
que saben del trabajo
amado por la tierra, curtidas por el sol
del mediodía,
si ya puedes leer
y hacer tus versos, déjame a mí
hacerte esta elegía, que yo aprendí a quererte
desde siempre
cuando miraba pasar
tu sombra por la calle
a lomo de tu burro,
así de inteligente,
que sabe llegar sólo
a tu conuco,
mientras consumes el tabaco amargo,
y sabe regresar
cuando la tarde
le indicaba el retorno
hasta la casa,
con los macutos llenos
del pan de cada día.
Yo te amé ante tu niño,
desnudo de faenas,
repleto El, de milagros.
Yo te amé entre las décimas
para la Cruz de Mayo.
Yo te amé en las sentidas
procesiones de Santos.
Cuando el toque de trompeta
te transportaba
hasta los sufrimientos
del mismísimo Jesús
en el Calvario.
Yo te amé en las fulías
que cantaban las negras,
y entre versos,
también se echó a volar
mi fantasía.
Yo te amé en tu canoa,
río abajo,
repleta con los frutos
de la tierra:
amanta madre, siempre agradecida.
Yo te amé en las ranuras
de tu oscura piel curtida,
y en la sonrisa fácil
que saluda,
cada vez que pasabas
por mi casa,
cada vez que pasaba
por la tuya,
te tuve en mis recuerdos
como una parte mía.
Me alegraba la cosecha,
de café y de cacao
secándose,
en el duro resplandor
del mediodía.
te amé en el quitiplás
de los tambores
cuando la negra baila
y tu la sigues,
cimbreando la figura
de rizos ondulantes,
quitándole a la Luna
sus reflejos,
y bendiciendo al Sol
su algarabía,
mientras los pies componen
esa danza salvaje
que te amaga a la tierra
y extingue tus pesares.
Yo te amo,
aún más,
hombre de mi país,
mujer de mi país,
porque mi padre
logró poner en mi alma
la augusta devoción
de su mirada grave.
Hombre de mi país,
mujer de mi país,
¿quién lo diría?
después de tanta historia
mal concebida para ti,
de tanta hambre,
para saciar estómago e ideas,
puedes hacer tus cartas,
inseguras ahora
y seguras más tarde,
donde expliques a todos
como este pueblo grande
ya puede enseñorearse,
entre la gente culta
que ya leyó bastante,
pues ya tienes la Historia
entre tus manos,
y eres dueño del mundo
que te aguarde.
Hombre de mi país,
mujer de mi país,
¿quién lo diría?