Mayo vino de pronto,
como un pintor muy fino,
puso tono a las rosas,
los blancos y rosados
a los lirios.
Sus casi azules a las azucenas
a las violetas su color de santos
y a las hermosas margaritas,
su centro de amarillo.
Todo se puso alegre,
desde el verdor más tierno de la hierba,
hasta el verdor oscuro
de los árboles altos.
Todo cantaba al esplendor
que mayo le regala
con una potestad de poesía.
Renacieron, silvestres, pequeñitas,
las malqueridas flores campesinas.
Todos los animales reciclaron
el celo del amor entre quejidos.
Poquito a poco, casi entre penumbras,
lucieron las luciérnagas su brillo.
Hubo un canto sutil entre las ramas,
cargaditas de flores y de nidos.
Mayo llegó,
llegó la fruta buena:
el mango alegre, dulce y colorido,
el flamante sabor de los naranjos,
de aguacates, lechosas y de jobos,
de mamones y almendros florecidos.
Mayo llegó,
dejando con su paso
el deseo de robar el fruto prohibido.