Larga, angosta y oscura
como serpiente negra,
la calle se perfila.
Cada esquina un bombillo
a cuyo alrededor
bailan y bailan
mariposas nocturnas.
La luz de las bombillas
alargan nuestras sombras.
Un perro largo y flaco
nos vigila.
La noche va en los gritos
escondidos
tras las gargantas niñas.
Valientes,
agarradas de las manos
caminando o corriendo,
casi corriendo,
según el miedo
que cae encima,
las veredas aisladas,
en sus predios oscuros.
Después de muchas cuadras,
llegamos, respiramos, suspiramos.
La comadrona responde
a los urgentes gritos,
tras su figura grande y negra
la calle negra
pierde completamente su conflicto.
Asustados, cubiertos,
detrás del viejo biombo,
ansiosos aguardamos.
Hay gritos prisioneros,
en el cuarto,
cuando la boca negra
se abre en risas
y grita una voz niña
sus primeros reclamos…