Mi río canta en las voces
de un eterno desafío,
cruzando cada mañana
los límites prometidos.
El se deja gobernar
por las olas, en su rito
de llegar hasta el mar,
abriéndose al paraíso.
Mi río navega siempre,
limitando a las orillas
en su mirarlo pasar,
piano, piano, a la deriva.
Mi río, siempre sediento
de las historias y mitos,
llega hasta mí, como siempre,
recordándome que existo,
entre un ramal de olas rotas
y otro ramal de conflictos.
Mi río entiende mis cosas,
como si fuera yo misma,
y va haciendo de sus olas,
lo mismo que la marisma
de un vaivén que no hace pausa
y un clamor que siempre vibra.