Ayer sentí el impulso
de volar por los aires
como cometa libre
sin el timón de amarres…
Ayer sentí tu pena
tan lejos de la mía
que corrí a saludarte
para evitar porfías.
Ayer, no era de nadie
la tierra que era mía,
las horas que ocupaba
y la filantropía
de escribir estas líneas
que, alegre, leerías.
Ayer fuen un Padre Nuestro
mi mayor letanía.
Las horas con su sombra,
la luna triste y fría
cayendo cual maná
sobre el río y su orilla.
Ayer fue para siempre:
uno de tantos días,
en que vuelan las aves
evitando lloviznas
y las ondas giraban,
tal vez, en perspectiva,
hacia donde la brisa
las llevaba o traía…
Ayer fue un día triste,
de esos que no se olvidan,
porque se hizo tan largo
que nos dejó en la vía
de los tantos deseos
y las tontas vigilias…