Entonces yo:
ni gritos, ni esperanza,
entera en mi silencio
y en mi insomnio,
proclamándole al alba
mis querellas,
mis hitos conocidos
y perdidos,
mi sol de madrugada.
Entonces yo,
inadvertidamente,
vertida en el ocaso
de mi misma.
Claudicando certera
a los designios
que otrora entronizaran
mis quimeras.
Tan certeras y astutas
como dagas
clavadas en el centro
de las palabras mágicas.
Entonces yo,
sin más que hablar,
sin nada que soñar,
tras de mi propia espera,
ceñida a la esperanza
de algún grito
pariendo el renacer
de otra quimera.
Vuelvo a olvidar
la herida,
vuelvo a apagar
mi hoguera.