Hundida, presa,
armada sólo con la esperanza,
de los tantos rosarios.
Bautizada mil veces,
por mi misma,
en la única roca
frente a tu mar de olas
que se van, y se pierden.
Hundida, presa.
Como si no existiera
la completa vigilia
de tus certeros pasos
en la caliente escena.
Y los pasos retornan
una vez y otra vez
sobre las lisas piedras
que cuentan el vaivén
de olas en la arena.
Hundida en los recuerdos,
para siempre,
recluida y certera
sin miedo a la corriente
que siempre viene y va
desde su mar de siempre.
Hundida, sin más alarde
que soñar esos cerros
tan verdes y tan llenos
de pasos y vigilias.
Tan hundida de ayer
cuando el hoy pasa
sin descifrar los signos
de la perenne danza
de la luz, que vigila
las mismas añoranzas.
Hundida y presa,
como siempre fuera,
una vez y otra vez
en tantas primaveras,
sin esperar los sueños
que, alguna vez, tuviera:
un mundo de sonrisas
que jamás se extinguiera.