A veces,
dan ganas de volar,
sin tener alas,
perderte entre las nubes,
naufragar en las aguas,
izar tres banderolas,
esconderte a mansalva
sin que te ayude nada
que renuncie a la zafra
de un arsenal de vuelos,
aunque no tengas alas.
A veces,
vislumbrar es vivir
la pena máxima
y amplificar auroras
que no regalan nada
y apuestas a esa tarde,
esa única tarde
que clavaste a tu espalda,
cuando nada ganaste
para sanar las ansias
de cualquier vuelo raudo
sobre el techo del alma.
A veces,
vale vivir mil veces
las horas disfrutadas
sin que nada te culpe
y sin que nada valga
ese oscuro deseo
de refutar al alma
el tiempo que perdimos,
aún, sin perder nada,
tras esa sonrisa tonta
que todo lo regala…